domingo, 26 de julio de 2009

La venganza de Jazzy Mel: Indigos en las pistas

“Ay! Me estás pisando!”

Ese fue el regaño que recibí de mi compañera de baile la última vez que intenté dar alguna que otra danza estándar… la cual fue hace mucho, porque ya tiré la toalla con estas cosas. Esto me dio el pie para proceder a contar mis vergonzosas experiencias en las pistas de baile.

Rapeame y llamame Martha

Tengo gratos recuerdos de cuando era niño: allá por el año ’92, cuando era fanático acérrimo de Jazzy Mel y de Michael Jackson por partes iguales. Con mis incipientes 5 añitos, no hacía otra cosa que pedirle a mi madre que me enchufe el grabador, que ponga el casette de Michael Jackson (el “Dangerous”, por si alguien lo recuerda) y me la pasaba bailando toda la tarde en el comedor, usando el tubo de cartón de un papel higiénico a modo de micrófono. Tanto era mi fanatismo por el baile que llegué a bailar “Fue amor” de Jazzy Mel para el acto de fin de año del Jardín de Infantes. Era un demonio en el escenario: me escapé de los pasitos que nos enseñó la maestra Moni y me puse a improvisar: giro, voltereta, gestito de manos a lo raper, una medialuna y de rodillas al piso. Pero claro, en ese entonces yo no tenía conciencia de que se reían de mí y no conmigo, pero que vamos a hacer, éramos tan inocentes!

De hormonas y danzas nupciales (fallidas)

Pasaron varios años hasta llegar a 7mo grado. Ahí empieza a aflorar la pre-adolescencia, esa bella etapa en la cual ves que tus compañeritas empiezan a crecer, desarrollan las glándulas mamarias (léase tetas) y salen con chicos 4 años mayores que ellas, mientras vos y tus compañeritos siguen siendo los mismos boludos de siempre, que rompen la tarde jugando a la mancha en los recreos y hablando todo el día de Dragon Ball Z; a la par, las charlas de educación sexual de la gente de Johnson & Johnson te dejan más dudas que certezas. Por lo menos a mí, que tardé mucho tiempo en relacionar de forma racional la ecuación “pene + vagina = niño”… pero esa es otra historia.

Era la época de las hormonas. Y también era la época de los famosos “asaltos”: reunión nocturna en casa de alguno de nuestros compañeritos de clase, a base de chizitos, papitas y Coca-Cola. Y obviamente de bailes. De cumbia tropical. De los lentos.

Oficialmente se hicieron 9 asaltos. No fui a ninguno. ¿Por qué? Porque después del “Estrés Post-Traumático ocasionado por Jazzy Mel” estaba empacado con no querer bailar. Y aunque me insistieron mil veces, jamás me presenté a asalto alguno. Recuerdo que la chica que estaba atrás mío siempre venía y con sonrisita cómplice intentaba convencerme. Mis respuestas eran siempre del tipo “No gracias, no me gusta”. Así que ofuscada tras 8 meses de intentar despabilarme, terminó en los brazos de un compañerito mío.

El ataque del boxitracio metalero

Ya de adolescente quinceañero, mi incipiente actitud heavy metal me impedía pisar un boliche careta y venderme al sistema. Hasta que me di cuenta de una tragedia: en los recitales de power metal a los que iba, había 99% de hombres. El 1% restante correspondía a mujeres con una mezcla letal de feromonas, el Coco Basile y el enano peludo del Señor de los Anillos. Todas estaban en brazos de lavarropas gigantes con campera de cuero y cara de pocos amigos, así que la situación era desoladora. Así que decidí alejarme por un tiempo de las huestes del “looser metal” y probar suerte en un boliche. Así es, el espíritu de Jazzy Mel resucitaría en las pistas de Showcenter, Pío Baroja, George Clooney y Pinar de Rocha.

Concretamente fuimos con los chicos de la secundaria en una salida conjunta a un boliche de Zona Norte. En esos momentos andaba detrás de una compañera con la cual nos llevábamos bien pero nada más, así que esa noche enfilé hacia donde estaba ella. Enfilar es metafórico, ya que no avancé sobre ella, sino que me puse a hablar con dos flacos que estaban en la fila y pegamos buena onda.

Entramos adentro. Ronda improvisada de baile con ella, una amiga de ella, un amigo mío y los dos flacos que conocí en la fila. Recuerdo ver su cara diciendo como “Y a este que le pasa?” al ver mis movimientos. ¿Y cómo no iba a decir eso? A ver, dejenme explicarlo detalladamente como es el “Baile Indigo de Reconocimiento” (o “BIR”, según las siglas que manejamos):

1. Pies separados. Pero no mucho.
2. Se mueve el cuerpo hacia un costado y hacia el otro, en movimientos repetitivos.
3. Los brazos levantados ligeramente hacia arriba a la altura del pecho, con los puños cerrados, realizando movimientos circulares.

¿Se entiende la idea? ¿No? A ver…


Así es: Mis pasos de baile no le envidiaban nada a los de un boxeador. Era el Carlitos Monzón de las pistas. Cuestión que no me importó demasiado, solo quería estar con mi chica. Y si así lo deseaba… tenía que sacarla a bailar.

Sonaba “Mi primer millón” del grupo Bacilos. Listo. Me acerco a ella, le digo “¿Bailamos?” y ahí, una vez iniciado el “Baile Indigo de Cortejo” (o “BIC”, según nuestras siglas), los dioses de la sensualidad y el ritmo agarraron ambos una calibre 22 y se volaron mutuamente la tapa de los sesos.

El baile con ella duró lo que un pedo en el aire. La agarré de las manos, la zamarreé para ambos costados y le di una vuelta. No estaba nada mal para un principiante. Acto seguido, ella intenta darme una vuelta. Giré para el otro lado, me enredé con las manos y le doblé su brazo. En ese momento me soltó y me preguntó con una sonrisa tierna:

_ ¿No sabés bailar?
_ Pasa que soy zurdo


Mi explicación venía por el lado de que al ser zurdo, yo giré para el lado que creía correcto, pero como ella era diestra me giró para el lado donde todas las personas normales tienden a girar. Si, los índigos somos unos incomprendidos en la sociedad.

Luego de esa breve interacción, me fui a la barra a buscar algo para tomar, dispuesto a regalarle un vaso de gaseosa barata marca Tiranosaurio, ACME o Tiklín. Cuando vuelvo, la encuentro bailando alegremente con uno de los chicos que yo había conocido y le había presentado. A la hora estaban hablando solos en un rincón de la pista. Al rato mi amigo me dice “Che, me pa que la flaca entró, eh?”. Acto seguido, volteo la mirada y veo al flaco haciéndole una transfusión urgente de amígdalas. Pero la cosa no terminó ahí.

Yo había quedado en que la llevaba de vuelta hasta su casa, cosa que estaba dispuesto a cumplir. Cuando ya se estaba haciendo la hora de volver, me acerqué a ellos. ¿Qué podía decir para romper el hielo? Recordemos que el índigo se caracteriza por decir incoherencias o frases totalmente fuera de contexto que dejan pagando al auditorio. Y esta no fue la excepción. El diálogo fue más o menos como sigue:

Indigo: Los felicito (saludo con la mano a ambos)
Winner: Je, gracias chabón…
Indigo: (Dirigiéndose su mirada a la muchacha) Esteee… son las 5 y yo me tengo que ir yendo… te puedo tirar hasta tu casa porque me viene a buscar mi hermano.
Mina: Ah dale… ¿puede venir él también? Porque vive cerca y lo podemos dejar de pasada.

Así que no solo mi hermano me buscó a mí y a ¿mi chica?, sino también al flaco de esa noche hasta su casa. Y tenía razón. Quedaba de pasada nomás.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Tema inedito de Jazzy Mel, Rockea!!!

http://www.youtube.com/watch?v=HGxN-vqhN6Y

Anónimo dijo...

Grosossss

Anónimo dijo...

Grosossss