domingo, 29 de marzo de 2009

"Y AHORA ME LO VENIS A DECIR??"

Si el índigo fuera actor seguramente seria Juan Perugia. Este personaje pertenece a la serie “Todos contra Juan” que se emitió a fines del año pasado por canal dos y que nuevamente están repitiendo por el mismo canal. La historia básicamente se basa en Gastón Pauls (Juan) el cual fue parte de una exitosa novela en la década del 90, en la que él interpretaba uno de los personajes más importantes (Paco). Luego de este boom el actor empezó a decaer, no consiguió buenos papeles y entro en una especie de pozo sin fondo hasta llegar al tiempo actual, en el que transcurre la novela, con treinta y pico de años, viviendo con los padres, sin un solo buen trabajo, sin éxito con las mujeres, un amigo de la casa diríamos, UN INDIGO. Para mostrar porque consideramos a este personaje de ficción un índigo vamos a mostrar algunos paralelismos entre Juan y los que hacen este blog.

• Juan Perugia vive con sus padres y es económicamente dependiente. Los índigos, debido a la crisis financiera y no a su falta de visión empresarial, también dependen de sus padres para mantenerse vivos y cada tanto usan la siguiente expresión: “¡¡Mamá dame plata!!”.

• Juan Perugia no esta a la moda en cuanto a formas de vestirse. Siempre se lo ve con las mismas “ropas”, lo que es muy clásico de los índigos ya que aunque tengan un armario con variadas vestimentas siempre usan las mismas viejas y desgastadas prendas. El mayor porcentaje de las prendas de su armario no pertenecen a los shoppings sino a los hermanos mayores en algunos casos, o sino provienen de los padres o tíos lejanos.

• Juan Perugia tiene conflictos varios con su cuerpo, dentro de los cuales resalta una incipiente calvicie. El índigo siempre preocupado por las cuestiones estéticas de su cuerpo, debido a que se quiere mantener lindo para las chichis, siempre anda intranquilo por esa panzita birrera o por esas entradas que anticipan un futuro de calvicie.

Aquí tenemos un documento fotográfico de lo que veníamos diciendo:




• Juan Perugia durante toda la novela tuvo varios contactos con el sexo opuesto los cuales, por varios motivos, terminaron en rotundos fracasos. Esto era producto de que en realidad tenía un gran amor pero como es un índigo, nunca podía comunicar sus intenciones a esta chica, siempre que planeaba algo le salía todo mal, como nos paso a nosotros en más de una oportunidad. Al final de la novela, como toda ficción que termina con final feliz, Juan se queda la mujer que amo desde siempre. En este punto tenemos que disentir con Perugia ya que esto es una novela y los índigos reales de carne y hueso, por más duro que suene, no terminan juntos al lado de su “amor” pero no nos importa porque somos especiales, somos INDIGOS.

• Juan Peruggia se caracteriza por afrontar hechos atípicos y bochornosos que solo les ocurren a los papasfritas autoconvocados bajo el nombre de índigos. Algunas de estas situaciones ya las hemos contado en esta página y como consideramos a Juan uno de los nuestros, acá tienen algunas situaciones que le pasaron a este índigo:

jueves, 26 de marzo de 2009

Cabeza de Radio


Así es, fui uno de los miles de afortunados que tuvo la oportunidad de ver a Radiohead en vivo. Punks, emos, floggers, metaleros y el Comité de la Liga de Amas de Casa se dieron cita en el Club Ciudad de Buenos Aires para presenciar semejante hecho histórico. Pero nadie contaba que entre las huestes de cabezas de radio había un muchacho cabeza de índigo infiltrado.

Llegué a las 16hs con dos amigas, con el objetivo de estar lo más cerca de nuestros ídolos; llegamos a estar todo el recital prácticamente en la valla, entre apretones, presión de la gente que entraba y varios vivos que me tocaron el culo.

A las 18hs arrancó La Portuaria. Ni fu ni fa, no vale la pena comentarios. Estaba en la valla. Luego fue el turno de los vejetes alemanes de Kraftwerk y sus ritmos electrónicos. Estaba en la valla.

Sale Radiohead. Ovación. “Ahí está Tom Yorke!!” grité eufórico, mientras señalaba a Ed ‘O Brien, el guitarrista. Ok, no tenía anteojos, bah, los tenía pero estaban empañados, lo que era lo mismo que la nada.

La cuestión es que estaba en la valla… por lo menos hasta el tercer tema, cuando se me hizo insoportable la combinatoria de presión de la gente contra mi esternón y el mar de tufo y sudor que estaba respirando. Casi viendo las estrellas por la baja de presión, decidí salir. ¿Cómo? A la manera de la “indigo way of life”: Le pedí al tipo de Seguridad que me saque, cosa que realizó con mucho esfuerzo. Mientras me sacaba mis piernas se revolearon dando tremenda patada voladora a lo Bruce Lee a una mina que estaba en la valla.

Me llevan a la enfermería donde me atiende una enfermera joven y muy buena onda. Me recuesta en el piso y me da un vasito con agua. Pero era tanta la sed que tenía que necesitaba más, ya que estaba mas deshidratado que una pasa de uva. Pero me negaron un segundo vaso, aduciendo que había poca agua y que era para la gente que seguramente caería más tarde, durante todo el recital. Resignado, salgo de la enfermería y me quedo en un costadito del recital, escurriendo mi remera que estaba empapada de sudor mío y ajeno, y comprando Pepsi a un precio %300 más alto que el normal.

Para mi sorpresa, me encuentro con un mar de gente empapada: sin lugar a dudas, eran personas que habían estado delante de todo, como yo, y tuvieron que salir porque se asfixiaban. “Qué bueno! No soy el único”, pensé. Entablé una tierna amistad con un pibe de Villa Soldati, que me dijo el nombre pero no lo escuché porque me zumbaba el oído, así que lo bauticé cariñosamente como “Anteojito”.

Fue ahí que mientras hablaba con mi nuevo compañero visualicé a una chica, muy bonita ella, que salía de la enfermería directo a comprar agua… pero se ve que no encontraba la billetera; cuando pasa a mi lado, la freno y el diálogo fue el siguiente:

_ ¿Vos querés agua?
_ Si
_ Dejá, te la pago yo
_ No, está bien, gracias (media vuelta y se va)
_ ¿Y si vamos a medias? (con cara de “he perdido la batalla, pero no la guerra”)
_ Bueno, dale (SONRISA)

Sí! Sonrisa! “Esta es la mía”, pensé. Por fin tenía frente a mí la posibilidad de comer tira de asado después de tanto tiempo.

PEQUEÑA DIGRESION
“Tira de asado” es una clasificación índiga sobre la belleza femenina. Como somos medio gansos, encasillamos a las mujeres en una escala unilineal ascendente dando lugar a la T.I.M.B.A. (Tabla Indiga de Mujeres Bellas Acechables), que consta, de menor a mayor, en lo siguiente:

Puchero frío = 2 puntos
Osobuco = 4 puntos
Tapa de nalga = 6 puntos
Pelleto = 8 puntos
Tira de Asado = 10 puntos


La chica en cuestión era un “10 + Felicitado”, con una carita sonriente en el borde inferior del examen: calificaba sin problemas con una TIMBA de “Tira de Asado”, algo a lo que los índigos siempre intentamos aspirar pero nunca llegamos, por lo que nos pasamos la vida alimentándonos a base de puchero frío y osobuco. ¿Se entiende el punto?


CONTINUACION
No solo le compre el agua, sino que deje que la tomara casi toda ella: de esta manera había quedado como todo un Príncipe de Asturias frente a una hermosa muchacha. Pero mi cuerpo reclamaba agua, así que me tuve que aguantar hablar con toda la boca empastada y viendo como tan preciado líquido desaparecía en esa hermosa boca. Charla va, charla viene, me cuenta que se llama B**** (los asteriscos son para proteger su identidad), tiene 17 años y no es de Buenos Aires, y que se iba esa misma noche para su provincia. “Esta es la mía”, dije.

En ese momento, aparece Anteojito por detrás, que estaba sentado porque estaba cansado. Molesto por su presencia, le tiro a B que nos vayamos a buscar un lugar más cómodo para ver el recital. Dichas estas palabras, dejé plantado a Anteojito, mientras para mis adentros cantaba la canción de Cacho Castaña “Ahí viene el matador, ahí viene el matador”.

Mi caballerosidad no conocía límites: pisé barro flojo y casi me voy a la mierda, pero con un suave vaivén de caderas le hice notar que no caminara por ahí porque se iba a embarrar, que tomara otro camino. Era el Duque de Borgoña!

Y si era un duque, debía de tomar de la mano a mi damicela. Así que lo hice suavamente y la fui guiando entre el gentío. “Esta es la mía”, pensaba.

Paramos en un lugarcito bastante copado para ver el recital y este zángano era feliz viendo el brillo en los ojos de la reina abeja, rodeada de obreros aleteando contentos por estar viendo a Radiohead. Ok, creo que el cuasi desmayo me estaba pegando mal, así que antes de mandarme una caída estrepitosa sobre ella tal como le había pasado a mi compañero, decidí jugarmela.

Que chiste va, chiste viene. Que sos muy linda, que gracias. Que te toco y que te abrazo para que te rías. A esta altura me sentía Don Juan de Marco. “Soy insuperable”, pensaba. Así que en un descuido aproveché para tirar un cabezazo (manera índiga de besar, que detallaremos en otro post)… que termina en la mejilla de la muchacha. Así es, me había corrido la cara. Ahí fue cuando sucedió la “Gran Indigo”:

_ Che, que te quería dar un beso de amigos, recién nos conocemos…
_ Es que tengo novio
_ De en serio? Yo también!
_ Si? Tenés novio? (RISAS)
_ SI, SOY PUTO

¿? ¿?¿? SOLO A UN INDIGO SE LE OCURRE UNA RESPUESTA COMO ESA! El barco ya estaba hundido, y luego de ese comentario de mi persona, al barco le explotó una bomba atómica en cubierta y un millar de pingüinos empetrolados encallaron en las playas de Mar del Plata. Por lo menos le saqué una sonrisa y se echó a reír.

Así que continuamos tranquilos viendo el recital y haciendo comentarios tontos, del tipo “Que bien que tocan”, “Que buen juego de luces”, “Que cara la bebida” o “Tengo gases, te jode?”. Una vez terminado el recital le digo que la acompaño hasta su punto de encuentro, y tras negarse tres veces la despido con un “Chau, nos vemos”, con un guiño de ojo izquierdo incluido… pero que pelotudo! CUANDO LA IBA A VOLVER A VER? Pero no es pelotudez… se llama INDIGUEZ. De un índigo con cabeza de radio.

lunes, 23 de marzo de 2009

Indigos en la Web

Internet es nuestra vía para conocer más gente como nosotros. Al final creo que somos más de lo que esperábamos!



jueves, 19 de marzo de 2009

Indigo Recordando Momentos Angustiantes

Como ya han leído diferentes momentos índigos sucedidos a mi compañero durante la infancia, es hora de que este salame con queso demuestre que no se queda atrás y que durante su niñez fue tan índigo como lo es actualmente. Los diferentes sucesos que pasaré a contar no son “M.I.R.T.A.” (Momento Indigo Relacionado con la Televisión Abierta) sino podríamos definirlos mas bien con otro nombre como “I.R.M.A” (Indigo Recordando Momentos Angustiantes) los cuales hicieron de mí un boludo superior al promedio.

Mi primer “I.R.M.A”, aunque no sea un recuerdo sino más bien algo que me contaron, sucedió a la corta edad de 3 años. Como todo índigo que se jacte de tal, siempre tiene que tener algo especial y yo me empecé a destacarme a muy temprana edad. Resulta que las primeras palabras entendibles, como mamá o papá, de todo ser humano salen a la luz a una edad razonable, que sino no me equivoco (el índigo muchas veces quiere hacerse el sabiondo y no sabe un pomo), es de entre uno y dos años. Yo, como quería salir del promedio, parece que transcurrí mis primeros dos años de vida sin evocar palabra alguna más que alaridos que parecían aullidos de lobos, los cuales hacia para pedir algún tipo de cosa. Mi familia, preocupada porque su criatura parecía un orangután a la hora de querer expresarse se preocuparon, y creo que hasta hicieron algún tipo de consulta. Una vez descartado problemas físicos y certificar que no halla ningún tipo de retraso mental (creo que ese estudio lo tendrían que haber repetido) solo faltaba esperar el milagro, el cual llego tardíamente cuando tenia 3 largos años. Ese momento soñado, tan esperado por mis padres sucedió un verano en Mar de Ajó. Haber hablado a la tardía edad de tres años ya es un hecho índigo, pero si a esto le faltaba un ingrediente se lo puse cuando dije mi primera palabra. Parece que en vez de decir las palabras clásicas con las que los padres se enorgullecen de sus hijos como “Mamá”, “Papá”, “Viva Perón”, su amado hijo, quiso ser recordado por haber dicho una palabra “exótica” ( exótica es una palabra glamorosa para describir fenómenos poco comunes o que no se dan con regularidad).

Para ir finalizando y desvelar el misterio, parece que a mis tres años lo más importante para mí, no eran mis queridos padres, ni abuelos, ni hermana, ni el perro sino mi hogar, ya que lo que el índigo dijo fue, con voz clara y enérgica: “A casita”. De pasar tres años sin decir nada con sentido, empecé a repetir como un loro “a casita”, “a casita”, “a casita”, hasta el cansancio.

Mi segundo “I.R.M.A” sucedió en salita azul a los 4 años el día de la bandera. Aquel día concurrí normalmente a mi humilde jardín y después de la merienda, que era un rico mate cosido con un pan el cual nunca comía y me lo guardaba en la mochila para dárselo a mi abuela; tuvimos la divertida clase de música. Recuerdo que la sala de música era un lugar amplio donde había un piano y mientras que el profesor cantaba canciones a los pendejos, entre los que me incluía, estos saltaban desaforadamente como si estuvieran viendo a Barny o a Los Teletuvis. Lo que me acuerdo es estar junto con mis compañeritos saltando y coreando algunas bellas melodías cuando por culpa de tener los cordones desatados , los cuales pise con toda la mala suerte del mundo, me fui directo de jeta al suelo teniendo aun más mala suerte porque aterricé con la pera y me la hice percha. Producto de esa caída empezó a brotar mucha sangre y muchas lágrimas. Lo próximo que recuerdo era yo llorando, creo que en preceptoria, con toda la pera embardurnada en sangre pero sosteniendo y flameando una bandera nacional producto del 9 de julio y varias maestras alrededor mió tratándome de consolar. Después de esa tragicómica escena me llevaron a un hospital, que no recuerdo, para cocerme y no se porque me “opero” la pera un amigo de mi viejo. La cuestión era que yo no paraba de llorar y me movía mucho, por lo tanto era muy difícil para el medico cocerme. Para poder cocerme con eficiencia mi padre me tenía pero yo no paraba de moverme, y era tanto el movimiento que se me aflojo una zapatilla que voló con toda la furia y por muy poco no mato a una enfermera. Después de todas estas circunstancias parece que me calme, con el tiempo mi pera sano y yo volví al jardín a rasparme las rodillas y a pegarles a mis amiguitos con mi ninyaku amarillo de las tortugas ninjas.

Mi tercer “I.R.M.A” creo que fue en quinto grado, siendo el producto de muchas burlas por parte de mis crueles compañeros que siguieron por varios años después de sucedido el hecho. Aquellos eran los años donde el pequeño lentamente iba saliendo de ese mundo de jugar a las bolitas y al poliladron para ingresar en las primeras rondas “de botellita” y donde los primeros semáforos se avizoraban en el horizonte. Ese año corría el rumor de que una de las chicas más lindas del curso estaba detrás de este índigo, cuyo chisme seguramente había salido del clásico “verdadero o falso”. El pequeño índigo no le daba ni pelota al rumor debido a que estaba más preocupado de hacer “opi” jugando a las bolitas, que a si una chica gustaba de él. Esta pequeña historia de “amor” (o de incipiente amor, aunque no hay nada para que lo llamemos amor) tuvo su trágico desenlace en el cumpleaños de mi compañerito Mauro. Esos cumpleaños eran la actividad social mas esperada por el curso debido a lo novedosas y divertidas de las mismas. Un año fue juego con harina, otro año el boom fueron los soplamocos con las bolitas de paraíso y siempre había algo por los cuales esos cumpleaños estaban buenísimos. Aquella edición de quinto grado se centro en el chisme de que “la rubia” gustaba del índigo y durante todo el cumpleaños me venían a decir cosas, la cuestión es que era un mini puterío de idas y vueltas hasta que el niño índigo se canso, tomo una decisión y mando a llamar a la rubia. Cuando estuvo frente a la rubia puso cara de grande y con vos firme le dijo: “somos muy chiquitos para ser novios” (o algo parecido) QUE INDIGO DIOS MIO!!!. Lo que recuerdo es la cara de la niña como de: “tan chiquito y ya tan pelotudo”. Después de esta escena de culebron mexicano, vinieron unos compañeritos a apoyarme diciendo textualmente: “decisión adulta la que tomaste” aunque cinco minutos después se burlaban también de la boludes que había dicho. El niño índigo al ser cargado por mucha gente, exploto tirándole un vaso con naranja a una niña que dijo un simple comentario. El cumpleaños paso, igual que quinto grado pero el “somos muy chiquitos” quedo grabado a fuego entre mis amigos que lo siguen evocando como una de las boludeces mayores que realizo, quien les escribe.

miércoles, 11 de marzo de 2009

La influencia de la TV en los niños indigos

Que tierna es la infancia! Y lo fue aún más para nosotros, que no sabemos si ya nacimos índigos o desarrollamos nuestras capacidades especiales con el tiempo.

Como todo infante fuimos muy permeables a los estímulos visuales que nos proporcionaba la bendita TV, pero nosotros vivíamos en un mundo de fantasía en el cual creíamos que todo lo que sucedía en los dibujos animados era plausible de ser reproducido i-n-t-e-g-r-a-m-e-n-t-e en la realidad cotidiana. Para muestra, bastan 3 botones.

#1: El niño pescado cabeza de mazorca
Mi primer Momento Indigo Relacionado con la Televisión Abierta (“M.I.R.T.A.” de ahora en más) se remonta a cuando yo tenía 2 años. Resulta que a esa edad ya mi madre me daba alimento sólido, porque ingenuamente suponía que yo ya sabía como distinguir lo que se come de lo que no, y como se mastica y se traga. Yo creo que pedía demasiado.

Mi vieja me dio a probar choclo entero por primera vez, explicándome que se agarraba por los extremos y se comía con los dientes, tan solo una vez que esté tibiecito. No parecía nada difícil! Pero para hacer las cosas hay tres caminos: el correcto, el incorrecto y el índigo. Así que este niño apenas vio el choclo tuvo la gran idea de pasarselo por el pelo, tal como si fuera un peine. Pobre mi madre que me tuvo que meter en la ducha para sacarme todo el aceite del puchero que tenía en la cabeza.

La confusión de la ecuación “choclo + pelo = peine” me fue develada tras años de psicoanálisis: para esos momentos era yo un fanático acérrimo de La Sirenita, llegando a ver dicha peli unas 11 veces como mínimo; en especial, recuerdo que reía descaradamente frente a la irrisoria acción de la hembra-pez de Ariel cuando subía a la superficie y confundía un tenedor con un peine. Hete aquí una primera prueba irrefutable de la influencia de la TV en los niños.


#2: Un boludo ectoplasmático
Mi segundo MIRTA me lleva a cuando entré al jardín de infantes. Durante la primera semana de cursada había quedado fascinado con una caja de juguetes que tenía los famosos camioncitos DURAVIT, pero como llegué tarde, ya todos tenían un dueño y se negaban a compartirlo conmigo. Así que me dirigí al arenero y a los juegos que allí estaban. Si lo están pensando, no, no agarré un puñado de arena y me lo metí en la boca. Eso es de niño común. Es más, no conocía la arena hasta esa semana, pero realmente ni fu ni fa, poca atención le presté. Años después la terminaría odiando cuando tragué enormes cantidades de sal y arena un verano en las playas de San Clemente pero esa es otra historia.

Mi entretenimiento infantil se basaba en subirme a los juegos y deslizarme hábilmente por el caño, no como las bailarinas de Tinelli, sino tal como lo hacían los Cazafantasmas cuando eran llamados para combatir espectros ectoplasmáticos. Pero el tiempo pasaba y ya me aburría, así que decidí hacerlo más interesante: directamente tirarme desde lo alto del juego hacia el piso arenoso. La primera vez tomé coraje y me tiré, cayendo despatarrado sobre la suave arena. Sin rasguños. Que divertido y barato era! Hilaridad instantánea o te devolvemos tu dinero. Pero el jardín era público y gratuito así que nada de eso. Para la segunda vez, me arrojé sin vacilar hacía el vacío, con la mala suerte que había un compañerito justo abajo mío que se dirigía a subir por la escalerita.


Conclusión: caí despatarrado sobre el pibe, con tanta mala leche que le pegué una patada en el ojo y tuvieron que llevarlo de urgencia al hospital. Lo único que atiné a hacer en ese momento fue llorar para que me busque mi madre, cosa que efectivamente sucedió. Luego el pibe fue llevado al hospital y al otro día volvió con un moretón a escasos centímetros del ojo izquierdo. (NOTA: Emiliano, si estás leyendo esto, te pido mil disculpas y que sepas que fue sin intención. Apenas comenzaba a controlar mi indiguez).

#3: No tiren papelitos (ya hay un papelón en la cancha)
Mi tercer MIRTA me remite a mi época de incipiente jugador de fútbol. Digamos la verdad, que levante la mano el que de chiquito no soñó con ser estrella maradoniana. Pero mi amor por la redonda no estaba motivado por Maradona, Argentina y la canción de Italia ’90, sino por una entrañable serie llamada Supercampeones (o Capitan Tsubasa, en el original japonés). Realmente me pasaba horas flasheando que era un integrante más del Niupi. Jugaba realmente bien, me la pasaba esquivando rivales y disparando un balón que por la fuerza de mi tiro se tornaba ovalado y opacando la brillante figura de Oliver Atton. Obviamente, todo eso sucedía en mi cerebro.


Una de mis grandes dudas era como hacían los hermanos Korioto para saltar tan alto en medio de un partido sin usar los propulsores que utilizaba Iron Man. Pues bien, me encontraba haciendo tiempo mientras esperaba un entrenamiento de fútbol y creí entender cual era la razón: había que saltar sobre la pelota! Brillante razonamiento. Exactamente, la pelota, inflada, actuaría como una cama elástica que me propulsaría sobre el firmamento de la cancha y caería sobre los rivales. En ese momento, un compañero lanzaría el balón y yo caería justo para hacer un gol de palomita y salvar a mi equipo del fantasma del descenso. Así que frente a las miradas atónitas de mis amigos, apoyé la pelota cuidadamente en el piso y corrí como si fuera a dar un tiro libre. Hábilmente salté sobre la pelota con intenciones de rebotar. Lo siguiente que pasó encasillaría en la etiqueta de “gag del idiota que pisa la banana”: pisé con mis dos piés la pelota y está se deslizó hacia delante, mientras yo y mi culo caíamos hacía atrás. Caí con todo el peso en el culo y de milagro no me golpeé demasiado la nuca, sino quizás hoy no estaría contando está anécdota. Pero aquí seguimos, indestructibles frente al paso del tiempo y de las gansadas que hacemos.

martes, 10 de marzo de 2009

Un tropezón no es caída (excepto para nosotros)

La siguiente secuencia de hechos bochornosos me sucedió hace un tiempo por la zona oeste en una de mis tantas salidas nocturnas. Como todos los sábados salí con algunos amigos a reproducir una de las tantas noches de mucha cerveza y pocas mujeres: la típica “noche de excesos”. Una vez llegados al lugar de destino empezamos nuestra prodigiosa caravana por diferentes bares tomando cervezas, hablando de la vida y temas diversos. Pasado el rato y algunos bares, mis amigos y yo llegamos al bar de siempre, un sucutrucho medio alejado de la civilización lleno de personajes raros y seudorockeros, donde el índigo (quien escribe) se mueve como pez en el agua y se hace la estrella de rock hablando con diversos artistas de la escena local. Hasta aquí todo transcurría sin el más mínimo peligro de hacer un gran bochorno público, más que mis caídas habituales o volcadas de cerveza. Ya pasada la noche y con unas cuantas cervezas, lo que aumenta mi indiguez al cuadrado (Indigo x z cervezas = Indigoz, donde z representa la cantidad de cervezas), y sin ninguna mujer en nuestro horizonte cercano, mis amigos y yo nos prestábamos despedirnos de la noche cuando cerca de la puerta nos paran dos chicas y una de ellas le dice a un amigo: “mi amiga está con vos”. Nosotros incrédulos de que se dirija a nosotros ya que eso nunca nos había pasado, junto con que el índigo siempre tarda 3 años luz en darse cuenta de que una mina lo esta fichando, no le dimos mucha importancia y nos fuimos del bar.

Una vez afuera y cuasilistos para irnos a vuestras casas, usando el trasporte público (el índigo no tiene auto y si tiene no sabe manejar) cuya parada se ubica en la misma esquina del bar, observo que estas dos muchachas salen para afuera y por motivos que no recuerdo, en vez de tomar el bondi nos quedamos en la puerta hablando con ellas. Yo, índigo y medio picado, (picado = semi ebrio) vislumbre la posibilidad lejana de poder tener algo con la amiga de la muchacha que andaba detrás de mi amigo ya que estudiaba lo mismo que yo, generando un motivo de charla que aproveché eficazmente (aunque siempre la termino arruinando y esta vez no iba a ser la excepción). Entre tanta charla inteligentemente dije: “entremos y sigamos esta charla adentro tomando cerveza” a lo que las muchachas y mis amigos aceptaron. La cuestión siguió dentro del lugar tomando mucha cerveza, en su mayoría tomada por mí y mi “colega” de carrera, que cuando le pregunte el nombre contesto “cepxy” (cecilia + sexy= cepxy o algo parecido) lo que aumento el erotismo de la charla llevándola a que yo terminara por realizar mis “cabezazos” (una de las tantas formas índigas de definir el beso de un índigo a una chica) con resultado positivo para el índigo, es decir, no le corrieron la boca. Yo ya me sentía todo un winner como un árabe con su harén de mujeres. Estando con una cantidad de cervezas ya importante lo siguiente que recuerdo, y es aquí donde empieza aflorar el índigo con todo su esplendor (ya era hora! venia saliendo todo muy redondo), es estar afuera del bar y parece que mis manos estaban inquietas ya que la mina me tira: “para de tocarme el culo” .

A partir de aquí empiezo a mandarme cagada tras cagada hasta límites casi inimaginables. Después de este “incidente”, producto de mis manos juguetonas se aparece un amigo dando un ultimátum de que se iban a la mierda debido a que ya hacia rato había salido el sol. Me acerque a la puerta del bar con mi “dama” y creyendo que ya la puerta estaba cerrada estire la mano para apoyarme en una sexy pose a lo Facha Martelli. Lo que sucedió es que no estaba cerrada la puerta y me desplome culo para arriba en el piso quedando como el boludo de la semana. Rápidamente, me reincorporé creyendo que podía recuperar algo de la sensualidad perdida en la caída y di dos pasos, cuando volví a tropezar teniendo la desgracia de que aterricé encima de cepxy, la cual quedó toda manchada y viva de pedo. Para ese momento, ya no era el boludo de la semana sino el boludo del año y se escuchaban gritos de la gente como: “eso es amor!!”. La niña fue a comprarse unos pañuelitos para limpiarse, justo cuando pasaba el colectivo que me dejaba en casa y debido a las puteadas de mis amigos de que se iban a la mierda más la poca conciencia que tenia en aquel momento me subí al colectivo sin respetar una sola regla de caballerosidad y por supuesto, sin la mínima posibilidad de volverla a ver. Tiempo mas tarde, conseguí su email pero nunca me quiso hablar, ¿PORQUE SERA?

domingo, 8 de marzo de 2009

“Yo los vi”, “yo los oí”, “uno me tocó el culo”: índigos en acción

Este fin de semana fue un finde índigo repleto de noche de excesos. Con todas las letras. El viernes a la medianoche y ya me disponía a irme al sobre a dormir con mi gorrito de punta de cono; pero una simple charla de msn del tipo “Que hacés esta noche?” derivó en una gira índiga improvisada por el barrio de Palermo. Así es, los gansos de este blog decidieron juntarse y perpetrar una noche conjunta de excesos. De ella desprendemos las siguientes conclusiones.

1. La guía T es nuestra Biblia: como vivimos en provincia, una incursión en Capital Federal es algo tan arriesgado como adentrarse en la selva del Congo Belga vestido de gorila. Así es, nos perdemos fácilmente. Por eso el kit básico del índigo en una noche de excesos consiste en una guía T, un celular y una billetera. Y a veces estas tres simples cosas ameritan que el índigo lleve un morral que cargará durante toda la noche. Si, sabemos que llevar riñonera es de losers, por eso los índigos llevamos morral para disimular.


2. Tenemos la proeza de la invisibilidad táctica: Decidimos encontrarnos en una esquina de Palermo. Llegué. Esperé sentado. Llegó mi compañero. No lo vi. Me manda mensaje para ver donde estoy. Lo veo. No me ve. Me cruzo de vereda. Le grito. No me escucha. Grito de vuelta. Se da vuelta. Encuentro emotivo.

3. El maní es al índigo lo que la kriptonita es a Superman: Obviamente, si hay cerveza tiene que haber maní. Y si hay maní hay un índigo dispuesto a fagocitarlo. Así es que observando atentamente nuestro comportamiento, y en un esfuerzo de autorreflexión algebraica, llegamos brillantemente a las siguientes reglas matemáticas:

a. De 5 maníes que llevamos a la boca, 3 se caen
b. De cada 10 maníes que tragamos, 2 se nos van por el otro conducto.
c. La ingesta de 20,8 maníes nos obtura la tráquea y tosemos como perros con pulmonía para expulsar lo que se nos queda atragantado.
d. Por cada 50 maníes perdemos unos 5,7 si contamos los fragmentitos que escupimos mientras hablamos. Por eso nos cuidamos y no comemos dicho fruto si queremos ganar minitas: Simbolizamos la muerte del romanticismo.


4. Dos índigos juntos se chocan constantemente: estando ebrios o no, nuestras caminatas se caracterizan por lo que llamamos “el andar tiki taka”: no caminamos trazando una línea recta, sino que vamos rebotándonos entre nosotros ya que nos chocamos todo el tiempo. Es por esta razón que constituimos todo un desafío para la teoría evolutiva homínido, ya que somos una refutación en carne y hueso acerca de las ventajas del bipedismo en los humanos.



Eso es todo por hoy. Teníamos más conclusiones, pero nos olvidamos de anotarlas y ya nos la olvidamos. Indiguez, que le llaman.

jueves, 5 de marzo de 2009

Un índigo llama a la puerta (de tu restaurant)

Recuerdo aquella vez que me la quise dar de galán e invité a una niña de Barrio Norte a un restaurante para una cena supuestamente romántica. La chica en cuestión, amiga de una amiga, me había agregado al msn y me tiraba palos del estilo “¿Cuándo salimos?”, y yo, lerdo y perezoso como de costumbre, tardé 3 semanas en reaccionar hasta invitarla a salir. Cuando desperté de la cámara criogénica, me puse la máscara de oxígeno y reaccioné, siendo el lugar elegido para el crimen un restaurante fino en la zona de Belgrano.

Hasta el día de hoy sigo sin entender las variedades de boludeces que te dan como entrada: queso estilo tal, un no se qué de Francia, un “ajwdajjaj” que no sé ni pronunciar. Todo mi esfuerzo por entender ese nuevo microcosmos se fue por la borda cuando terminé morfandome todos los grisines (único alimento que más o menos reconocía), mientras hablaba y desparramaba migajas por toda la mesa, incluida la de la derecha. Luego me di cuenta de que los grisines estaban para untar las variedades de queso que te daban. Me avivé tarde.

A la hora de elegir comida y ante el terror de terminar pidiéndome algo que después iba a terminar dejando, opté por lo clásico: milanesa con papas. Ella, galana de Barrio Norte, se pidió una pasta con salsa de no se qué y unas hojas que nunca llegue a entender si se trataba de albahaca, lechuga o laurel. Los Hnos Marx lo dijeron allá por los ‘40: “Una cosa es ser boludo, otra muy diferente es abrir la boca y despejar toda duda de tu condición.” Frase muy sabia y que todo índigo debe memorizar. Me callo la boca.

Llega el morfi. Charla va charla viene, descubro en mi boca un pedazo INTRAGABLE de mi comida: puro nervio vacuno luchando por salir de mi boca. ¿Qué hago? Basta de finuras! A meter garfio y a sacar lo que haya que sacar, con la sutileza de un odontólogo con falso certificado. Recuerdo la cara de ella, con los ojos bien abiertos de incredulidad ante semejante acto de barbarie. Más o menos el diálogo que siguió a dicho acto fue el siguiente:

Indigo: Perdón (cara ruborizada)
Galana Barrio Norte: Todo bien…
I: Pasa que me pongo nervioso en los restaurantes.
GBN: ¿De en serio?
I: Si, pasa que hago mucho bochinche cuando como, me acuerdo una vez que…


Y hete aquí el comienzo del epítome de la noche. Mientras hablaba, me encontraba entablando una lucha encarnizada para cortar la milanesa con un cuchillo que apenas tenía filo. La cosa ya se tornaba un asunto personal: era ella, o yo. No me refiero a la chica. Yo le estaba hablando a mi milanga, y la cosa iba en serio.

Fue allí cuando la milanesa voló hacia el piso, con la misma gracia y efecto que el pescado de tres ojos que escupió el señor Burns en ese capítulo inolvidable de la Primera Temporada de los Simpsons. Milanesa en el piso. ¿Que iba a hacer? Dejarla allí? JAMAS! A levantarla. Por lo menos me rescaté y no la levanté con la mano. Fue una finura de la cual sigo estando orgulloso: como jugando a los palitos chinos intenté levantarla con tenedor y cuchillo. Lo logré! Soy un dandy.

En ese momento giré para ver la cara de mi compañera, roja de vergüenza frente a tamaño salvajismo de pibe provinciano. Cuando las cosas no podían salir peor, mientras levantaba mi cena del piso mi codo izquierdo pegó con una precisión envidiable al vaso lleno de Coca-Cola. Conclusión: Mesa empapada y hecha un pegote.

Ahí es cuando utilicé mi arma secreta: hacerme el boludo. Que continúe la función! Mientras rezongaba al estilo “Pero, estos vasos que son tan finos” o “Que cuchillo de porquería” y luego de llamar al mozo al grito pelado de “Che, mozo!” para que limpie la mesa, intenté, en vano, remontar el barco que se hundía como el Titanic.

Pero el barco estaba hundido y no lo sacaba ni Jacques Cousteau. ¿Algo más? Si, la cuenta… $73. Yo tenía solo $30... y encima lo mío había salido $32. Así que no solo pude pagar la cena, sino que encima terminé pidiéndole $2 a ella, y de suerte que yo tenía $1,40 para el bondi de regreso a mi casa. “Bueno, otro día nos juntamos y te devuelvo la plata”, dije. Para qué! Cuestión que nunca más volví a verla ni a saber de ella. Al día siguiente me borró del msn y jamás me atendió el teléfono. Tragicómica es la vida del índigo!!!

martes, 3 de marzo de 2009

Los indigos y la noche

Las salidas nocturnas de estos papafritas son catalogadas por ellos mismos como “noche de excesos”. Esta frase tiene un claro uso metafórico y sarcástico ya que estos boludos importantes (dicho cariñosamente) si tienen excesos en sus noches, no son de sexo drogas y rock and roll sino de casi nunca ponerla, no llegar al bar o lugar de encuentro y de quedarse dormido/a e el bondi de vuelta.

Las noches índigas se caracterizan por las siguientes características:

• No hay una exuberante producción en vestimenta porque se consideran bellos por naturaleza (que ilusos!)
• El viaje arranca generalmente en bondi debido a su inestable condición económica o a que todavía los gansos no saben manejar.
• Si el índigo vive en provincia es infaltable la guía T para salir; pero por mas mapa y explicación que tenga de cómo llegar a destino termina perdido haciendo 15 cuadras de mas o bajándose 5 paradas antes del colectivo.
• Una vez que llego a destino despliega toda su elegancia y generalmente antes de llegar a la mesa o lugar donde esta reunido el grupo, a la vista de todos sus congéneres, produce una de las tantas caídas o choques bochornosos borrando de un plumazo la sensualidad y guardando la elegancia para Francia.
• Si el índigo es el que elije el lugar donde “reventar la noche”, en algunos casos, elige fiestas con nombres raros y exóticos sinónimo de fiestas únicas y grandiosas que serán evocadas durante años por lo magnanimes y descontroladas que fueron. Pero no. Son fiestas que se caracterizan por la escasa gente que hay, mas del sexo opuesto, lo que junto con la indiguez de estos muchachos hace que la única posibilidad de que joaquin (pitulin) vea la luz es cuando va al baño.
• El contacto con el sexo opuesto (QUE SERA TRATADO EXCLUSIVAMENTE EN OTRO POST) es reducido, salvo que se salga con amigas/os primas/os tías/os solteronas/ones. Cuando se entabla contacto, aunque solo sea visual y en algunos casos una charla, es rápidamente arruinado por diversas circunstancias que van desde tirarle un vaso de fernet encima, desde que el mismo índigo se le caiga encima, por el mal chamuyo del índigo y todo esto potenciado por una graduación alcohólica importante (en castellano: que se agarra grandes mamuas).
• Para terminar las “noches de excesos” el índigo vuelve a recurrir al transporte publico y, como ya esta re picado/a el paparulo/a, se sube y duerme despertándose una vez terminado el recorrido o se despierta pensando “que vivo que soy esta vez no me paso” pero el muy índigo se bajo 10 paradas antes. De todas formas llega tardísimo y cansado a su morada esperando el próximo fin de semana para volver a tener una hermosa y triste “NOCHE DE EXCESOS”.

domingo, 1 de marzo de 2009

Indigos del mundo, uníos!

Este espacio surge como un modo de acercar al mundo cibernético las experiencias y vivencias de ciertas personas; de esta manera buscamos que comprendan y entiendan nuestro universo.

Un ping pong de 3 preguntas y 3 intentos de respuestas pueden ayudarnos a conceptuar nuestro planteo:

¿Qué es un niño índigo?
Aquí no hablamos de “niño índigo” en el sentido tradicional del término. Con el transcurso de la vida, las experiencias, la pérdida de cabello y/o los cortes de pelo, hemos llegado a la conclusión de que podría haber un conjunto de personas (al cual nos adscribimos) que no encajan del todo bien en las categorías nativas de “boludo”, “loser” o “pibe, te pedí una cebolla, eso que me trajistes se llama AJO”. Sí, somos eso, pero a la vez mucho más que eso. Por ende consideramos que un índigo es una persona con capacidades especiales, fácilmente reconocible por los demás por sus conductas atípicas y que se caracteriza por 3 rasgos asociados:

1. Le suceden cosas extraordinarias e insólitas.
2. Es considerado por los demás como un boludo. De hecho, se la pasa haciendo boludeces.
3. Es loser por naturaleza, aún así tiene extraños encuentros con el sexo opuesto.

¿Qué es la indiguez?
La indiguez es el estado idílico del niño índigo, en el cual éste desarrolla todo su potencial. Hasta el día de la fecha se presentan los siguientes interrogantes en torno a ella:
¿Es un comportamiento espontáneo o un estado psicológico crónico (o patológico, según los casos)?
¿Existen unos pocos niños índigos o la indiguez se extiende a toda la población en mayor o menor medida?
¿Son sus causas genéticas o culturales?
¿Se contagia de persona a persona?
¿Se presenta en hombres solamente o es común a ambos sexos?

¿Constituyen los niños índigo una tribu urbana?

No lo sabemos. Pero en el fondo pensamos que somos demasiado índigos para agruparnos y organizar actividades conjuntas. Es más, nuestra experiencia nos dice que 3 índigos juntos constituyen un peligro extremo, ya que la indiguez en estos casos se potencian. Ejemplo: tres índigos fumando porro pueden llegar a tener la gran idea de comprar alfajorcitos de maicena para acompañar, lo que puede derivar en una muerte colectiva por sequedad bucal.

Solo a nosotros se nos puede ocurrir… A nosotros, los índigos.

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ACLARACION: Este blog no se creó con ningún tipo de intención ofensiva hacia los otros niños índigos