lunes, 29 de marzo de 2010

El infravalorado arte del cabezazo tucumano (PARTE II)

Hace unos días, no sabemos como, dimos un topetazo con un Weblog de Clarín. En el mismo se habla del "Top Ranking 36 de la Torpeza Humana". No nos sorprendió para nada, porque son cosas que en su conjunto solo nos pasan a nosotros; es decir que tenemos, en promedio, más del 73,8% de probabilidades de que nos sucedan por lo menos 38 de las 36 torpezas mencionadas. Por eso clasificamos para semifinales en la categoría de “índigos” sin jugar ningún partido previo.

Pero había un punto que nos tocó: el Nº 23.

“Darle un cabezazo tucumano a la mujer de tu vida cuando estás por darle su primer beso.”

Leí eso y de repente una luz blancuzca resplandeciente iluminó toda la habitación alcanzando lo más profundo de mi alma, para segundos después desvanecerse: se me había cagado el foquito OSRAM de mi pieza; al margen de la experiencia mística puedo decir, y sin vergüenza (bueno, un poco) que el 90% de mis primeros besos con alguien fueron cabezazos tucumanos. El 5% corresponde a tropiezos accidentales semi-sensuales y el otro 5% corresponde a piquitos que me doy con mi mascota, que prácticamente es el único ser del sexo femenino que me tira onda. Como te quiero Loli!


No voy a entrar en detalles de cada cabezazo tucumano dado, o al menos eso lo haremos con mi compañero en el transcurso de los meses siguientes, pero mientras cambiaba mi foquito por uno de 25 watts me preguntaba:

¿Si una técnica de seducción totalmente carente de sensualidad sigue vigente y sigue arrasando en las noches porteñas, ¿por qué sigue y de donde surge?

En la búsqueda de mi respuesta estas semanas, me topé con estudiantes de física, química, biología, antropología y toda esa gente de carreras extrañas que te hablan en códigos y se ríen de chistes de ñoños, formando un grupo selecto mientras uno mira desde afuera pensando “¿Y este boludo de que se ríe? Veamos las respuestas dadas desde diferentes enfoques.

CONTINÚA

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