Pero había un punto que nos tocó: el Nº 23.
“Darle un cabezazo tucumano a la mujer de tu vida cuando estás por darle su primer beso.”
Leí eso y de repente una luz blancuzca resplandeciente iluminó toda la habitación alcanzando lo más profundo de mi alma, para segundos después desvanecerse: se me había cagado el foquito OSRAM de mi pieza; al margen de la experiencia mística puedo decir, y sin vergüenza (bueno, un poco) que el 90% de mis primeros besos con alguien fueron cabezazos tucumanos. El 5% corresponde a tropiezos accidentales semi-sensuales y el otro 5% corresponde a piquitos que me doy con mi mascota, que prácticamente es el único ser del sexo femenino que me tira onda. Como te quiero Loli!
No voy a entrar en detalles de cada cabezazo tucumano dado, o al menos eso lo haremos con mi compañero en el transcurso de los meses siguientes, pero mientras cambiaba mi foquito por uno de 25 watts me preguntaba:
¿Si una técnica de seducción totalmente carente de sensualidad sigue vigente y sigue arrasando en las noches porteñas, ¿por qué sigue y de donde surge?
En la búsqueda de mi respuesta estas semanas, me topé con estudiantes de física, química, biología, antropología y toda esa gente de carreras extrañas que te hablan en códigos y se ríen de chistes de ñoños, formando un grupo selecto mientras uno mira desde afuera pensando “¿Y este boludo de que se ríe? Veamos las respuestas dadas desde diferentes enfoques.
CONTINÚA
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