miércoles, 11 de marzo de 2009

La influencia de la TV en los niños indigos

Que tierna es la infancia! Y lo fue aún más para nosotros, que no sabemos si ya nacimos índigos o desarrollamos nuestras capacidades especiales con el tiempo.

Como todo infante fuimos muy permeables a los estímulos visuales que nos proporcionaba la bendita TV, pero nosotros vivíamos en un mundo de fantasía en el cual creíamos que todo lo que sucedía en los dibujos animados era plausible de ser reproducido i-n-t-e-g-r-a-m-e-n-t-e en la realidad cotidiana. Para muestra, bastan 3 botones.

#1: El niño pescado cabeza de mazorca
Mi primer Momento Indigo Relacionado con la Televisión Abierta (“M.I.R.T.A.” de ahora en más) se remonta a cuando yo tenía 2 años. Resulta que a esa edad ya mi madre me daba alimento sólido, porque ingenuamente suponía que yo ya sabía como distinguir lo que se come de lo que no, y como se mastica y se traga. Yo creo que pedía demasiado.

Mi vieja me dio a probar choclo entero por primera vez, explicándome que se agarraba por los extremos y se comía con los dientes, tan solo una vez que esté tibiecito. No parecía nada difícil! Pero para hacer las cosas hay tres caminos: el correcto, el incorrecto y el índigo. Así que este niño apenas vio el choclo tuvo la gran idea de pasarselo por el pelo, tal como si fuera un peine. Pobre mi madre que me tuvo que meter en la ducha para sacarme todo el aceite del puchero que tenía en la cabeza.

La confusión de la ecuación “choclo + pelo = peine” me fue develada tras años de psicoanálisis: para esos momentos era yo un fanático acérrimo de La Sirenita, llegando a ver dicha peli unas 11 veces como mínimo; en especial, recuerdo que reía descaradamente frente a la irrisoria acción de la hembra-pez de Ariel cuando subía a la superficie y confundía un tenedor con un peine. Hete aquí una primera prueba irrefutable de la influencia de la TV en los niños.


#2: Un boludo ectoplasmático
Mi segundo MIRTA me lleva a cuando entré al jardín de infantes. Durante la primera semana de cursada había quedado fascinado con una caja de juguetes que tenía los famosos camioncitos DURAVIT, pero como llegué tarde, ya todos tenían un dueño y se negaban a compartirlo conmigo. Así que me dirigí al arenero y a los juegos que allí estaban. Si lo están pensando, no, no agarré un puñado de arena y me lo metí en la boca. Eso es de niño común. Es más, no conocía la arena hasta esa semana, pero realmente ni fu ni fa, poca atención le presté. Años después la terminaría odiando cuando tragué enormes cantidades de sal y arena un verano en las playas de San Clemente pero esa es otra historia.

Mi entretenimiento infantil se basaba en subirme a los juegos y deslizarme hábilmente por el caño, no como las bailarinas de Tinelli, sino tal como lo hacían los Cazafantasmas cuando eran llamados para combatir espectros ectoplasmáticos. Pero el tiempo pasaba y ya me aburría, así que decidí hacerlo más interesante: directamente tirarme desde lo alto del juego hacia el piso arenoso. La primera vez tomé coraje y me tiré, cayendo despatarrado sobre la suave arena. Sin rasguños. Que divertido y barato era! Hilaridad instantánea o te devolvemos tu dinero. Pero el jardín era público y gratuito así que nada de eso. Para la segunda vez, me arrojé sin vacilar hacía el vacío, con la mala suerte que había un compañerito justo abajo mío que se dirigía a subir por la escalerita.


Conclusión: caí despatarrado sobre el pibe, con tanta mala leche que le pegué una patada en el ojo y tuvieron que llevarlo de urgencia al hospital. Lo único que atiné a hacer en ese momento fue llorar para que me busque mi madre, cosa que efectivamente sucedió. Luego el pibe fue llevado al hospital y al otro día volvió con un moretón a escasos centímetros del ojo izquierdo. (NOTA: Emiliano, si estás leyendo esto, te pido mil disculpas y que sepas que fue sin intención. Apenas comenzaba a controlar mi indiguez).

#3: No tiren papelitos (ya hay un papelón en la cancha)
Mi tercer MIRTA me remite a mi época de incipiente jugador de fútbol. Digamos la verdad, que levante la mano el que de chiquito no soñó con ser estrella maradoniana. Pero mi amor por la redonda no estaba motivado por Maradona, Argentina y la canción de Italia ’90, sino por una entrañable serie llamada Supercampeones (o Capitan Tsubasa, en el original japonés). Realmente me pasaba horas flasheando que era un integrante más del Niupi. Jugaba realmente bien, me la pasaba esquivando rivales y disparando un balón que por la fuerza de mi tiro se tornaba ovalado y opacando la brillante figura de Oliver Atton. Obviamente, todo eso sucedía en mi cerebro.


Una de mis grandes dudas era como hacían los hermanos Korioto para saltar tan alto en medio de un partido sin usar los propulsores que utilizaba Iron Man. Pues bien, me encontraba haciendo tiempo mientras esperaba un entrenamiento de fútbol y creí entender cual era la razón: había que saltar sobre la pelota! Brillante razonamiento. Exactamente, la pelota, inflada, actuaría como una cama elástica que me propulsaría sobre el firmamento de la cancha y caería sobre los rivales. En ese momento, un compañero lanzaría el balón y yo caería justo para hacer un gol de palomita y salvar a mi equipo del fantasma del descenso. Así que frente a las miradas atónitas de mis amigos, apoyé la pelota cuidadamente en el piso y corrí como si fuera a dar un tiro libre. Hábilmente salté sobre la pelota con intenciones de rebotar. Lo siguiente que pasó encasillaría en la etiqueta de “gag del idiota que pisa la banana”: pisé con mis dos piés la pelota y está se deslizó hacia delante, mientras yo y mi culo caíamos hacía atrás. Caí con todo el peso en el culo y de milagro no me golpeé demasiado la nuca, sino quizás hoy no estaría contando está anécdota. Pero aquí seguimos, indestructibles frente al paso del tiempo y de las gansadas que hacemos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

que groso los korioto saltando desde el travesaño!!!
y esa pelota deformada que parecia de plastilina cuando la pateaban...o la cancha que no terminaba mas y los chabones corrian y corrian jajaja q bizarro.
Estaba enamoradisima de Steve Hyuga...si soy masoca, me gustan los chicos malos.
:p
besos.

Anónimo dijo...

Yo también miraba la sirenita! Mi vieja para entretenerme me la alquilaba como 3 veces por semana, pero no tuve secuelas, yo soy normalito

Saludos,
Juancho

Mandril dijo...

Tío, con las que haceis, me parece que los índigos estais condenados a la extición.