jueves, 19 de marzo de 2009

Indigo Recordando Momentos Angustiantes

Como ya han leído diferentes momentos índigos sucedidos a mi compañero durante la infancia, es hora de que este salame con queso demuestre que no se queda atrás y que durante su niñez fue tan índigo como lo es actualmente. Los diferentes sucesos que pasaré a contar no son “M.I.R.T.A.” (Momento Indigo Relacionado con la Televisión Abierta) sino podríamos definirlos mas bien con otro nombre como “I.R.M.A” (Indigo Recordando Momentos Angustiantes) los cuales hicieron de mí un boludo superior al promedio.

Mi primer “I.R.M.A”, aunque no sea un recuerdo sino más bien algo que me contaron, sucedió a la corta edad de 3 años. Como todo índigo que se jacte de tal, siempre tiene que tener algo especial y yo me empecé a destacarme a muy temprana edad. Resulta que las primeras palabras entendibles, como mamá o papá, de todo ser humano salen a la luz a una edad razonable, que sino no me equivoco (el índigo muchas veces quiere hacerse el sabiondo y no sabe un pomo), es de entre uno y dos años. Yo, como quería salir del promedio, parece que transcurrí mis primeros dos años de vida sin evocar palabra alguna más que alaridos que parecían aullidos de lobos, los cuales hacia para pedir algún tipo de cosa. Mi familia, preocupada porque su criatura parecía un orangután a la hora de querer expresarse se preocuparon, y creo que hasta hicieron algún tipo de consulta. Una vez descartado problemas físicos y certificar que no halla ningún tipo de retraso mental (creo que ese estudio lo tendrían que haber repetido) solo faltaba esperar el milagro, el cual llego tardíamente cuando tenia 3 largos años. Ese momento soñado, tan esperado por mis padres sucedió un verano en Mar de Ajó. Haber hablado a la tardía edad de tres años ya es un hecho índigo, pero si a esto le faltaba un ingrediente se lo puse cuando dije mi primera palabra. Parece que en vez de decir las palabras clásicas con las que los padres se enorgullecen de sus hijos como “Mamá”, “Papá”, “Viva Perón”, su amado hijo, quiso ser recordado por haber dicho una palabra “exótica” ( exótica es una palabra glamorosa para describir fenómenos poco comunes o que no se dan con regularidad).

Para ir finalizando y desvelar el misterio, parece que a mis tres años lo más importante para mí, no eran mis queridos padres, ni abuelos, ni hermana, ni el perro sino mi hogar, ya que lo que el índigo dijo fue, con voz clara y enérgica: “A casita”. De pasar tres años sin decir nada con sentido, empecé a repetir como un loro “a casita”, “a casita”, “a casita”, hasta el cansancio.

Mi segundo “I.R.M.A” sucedió en salita azul a los 4 años el día de la bandera. Aquel día concurrí normalmente a mi humilde jardín y después de la merienda, que era un rico mate cosido con un pan el cual nunca comía y me lo guardaba en la mochila para dárselo a mi abuela; tuvimos la divertida clase de música. Recuerdo que la sala de música era un lugar amplio donde había un piano y mientras que el profesor cantaba canciones a los pendejos, entre los que me incluía, estos saltaban desaforadamente como si estuvieran viendo a Barny o a Los Teletuvis. Lo que me acuerdo es estar junto con mis compañeritos saltando y coreando algunas bellas melodías cuando por culpa de tener los cordones desatados , los cuales pise con toda la mala suerte del mundo, me fui directo de jeta al suelo teniendo aun más mala suerte porque aterricé con la pera y me la hice percha. Producto de esa caída empezó a brotar mucha sangre y muchas lágrimas. Lo próximo que recuerdo era yo llorando, creo que en preceptoria, con toda la pera embardurnada en sangre pero sosteniendo y flameando una bandera nacional producto del 9 de julio y varias maestras alrededor mió tratándome de consolar. Después de esa tragicómica escena me llevaron a un hospital, que no recuerdo, para cocerme y no se porque me “opero” la pera un amigo de mi viejo. La cuestión era que yo no paraba de llorar y me movía mucho, por lo tanto era muy difícil para el medico cocerme. Para poder cocerme con eficiencia mi padre me tenía pero yo no paraba de moverme, y era tanto el movimiento que se me aflojo una zapatilla que voló con toda la furia y por muy poco no mato a una enfermera. Después de todas estas circunstancias parece que me calme, con el tiempo mi pera sano y yo volví al jardín a rasparme las rodillas y a pegarles a mis amiguitos con mi ninyaku amarillo de las tortugas ninjas.

Mi tercer “I.R.M.A” creo que fue en quinto grado, siendo el producto de muchas burlas por parte de mis crueles compañeros que siguieron por varios años después de sucedido el hecho. Aquellos eran los años donde el pequeño lentamente iba saliendo de ese mundo de jugar a las bolitas y al poliladron para ingresar en las primeras rondas “de botellita” y donde los primeros semáforos se avizoraban en el horizonte. Ese año corría el rumor de que una de las chicas más lindas del curso estaba detrás de este índigo, cuyo chisme seguramente había salido del clásico “verdadero o falso”. El pequeño índigo no le daba ni pelota al rumor debido a que estaba más preocupado de hacer “opi” jugando a las bolitas, que a si una chica gustaba de él. Esta pequeña historia de “amor” (o de incipiente amor, aunque no hay nada para que lo llamemos amor) tuvo su trágico desenlace en el cumpleaños de mi compañerito Mauro. Esos cumpleaños eran la actividad social mas esperada por el curso debido a lo novedosas y divertidas de las mismas. Un año fue juego con harina, otro año el boom fueron los soplamocos con las bolitas de paraíso y siempre había algo por los cuales esos cumpleaños estaban buenísimos. Aquella edición de quinto grado se centro en el chisme de que “la rubia” gustaba del índigo y durante todo el cumpleaños me venían a decir cosas, la cuestión es que era un mini puterío de idas y vueltas hasta que el niño índigo se canso, tomo una decisión y mando a llamar a la rubia. Cuando estuvo frente a la rubia puso cara de grande y con vos firme le dijo: “somos muy chiquitos para ser novios” (o algo parecido) QUE INDIGO DIOS MIO!!!. Lo que recuerdo es la cara de la niña como de: “tan chiquito y ya tan pelotudo”. Después de esta escena de culebron mexicano, vinieron unos compañeritos a apoyarme diciendo textualmente: “decisión adulta la que tomaste” aunque cinco minutos después se burlaban también de la boludes que había dicho. El niño índigo al ser cargado por mucha gente, exploto tirándole un vaso con naranja a una niña que dijo un simple comentario. El cumpleaños paso, igual que quinto grado pero el “somos muy chiquitos” quedo grabado a fuego entre mis amigos que lo siguen evocando como una de las boludeces mayores que realizo, quien les escribe.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Groso desde chiquito con las mujeres!!
Saludos muchacho!!

lauuu. dijo...

"Somos muy chiquitos"... tengo una amiga que me contó algo parecido, no habras sido vos muchachito?

Besos