jueves, 5 de marzo de 2009

Un índigo llama a la puerta (de tu restaurant)

Recuerdo aquella vez que me la quise dar de galán e invité a una niña de Barrio Norte a un restaurante para una cena supuestamente romántica. La chica en cuestión, amiga de una amiga, me había agregado al msn y me tiraba palos del estilo “¿Cuándo salimos?”, y yo, lerdo y perezoso como de costumbre, tardé 3 semanas en reaccionar hasta invitarla a salir. Cuando desperté de la cámara criogénica, me puse la máscara de oxígeno y reaccioné, siendo el lugar elegido para el crimen un restaurante fino en la zona de Belgrano.

Hasta el día de hoy sigo sin entender las variedades de boludeces que te dan como entrada: queso estilo tal, un no se qué de Francia, un “ajwdajjaj” que no sé ni pronunciar. Todo mi esfuerzo por entender ese nuevo microcosmos se fue por la borda cuando terminé morfandome todos los grisines (único alimento que más o menos reconocía), mientras hablaba y desparramaba migajas por toda la mesa, incluida la de la derecha. Luego me di cuenta de que los grisines estaban para untar las variedades de queso que te daban. Me avivé tarde.

A la hora de elegir comida y ante el terror de terminar pidiéndome algo que después iba a terminar dejando, opté por lo clásico: milanesa con papas. Ella, galana de Barrio Norte, se pidió una pasta con salsa de no se qué y unas hojas que nunca llegue a entender si se trataba de albahaca, lechuga o laurel. Los Hnos Marx lo dijeron allá por los ‘40: “Una cosa es ser boludo, otra muy diferente es abrir la boca y despejar toda duda de tu condición.” Frase muy sabia y que todo índigo debe memorizar. Me callo la boca.

Llega el morfi. Charla va charla viene, descubro en mi boca un pedazo INTRAGABLE de mi comida: puro nervio vacuno luchando por salir de mi boca. ¿Qué hago? Basta de finuras! A meter garfio y a sacar lo que haya que sacar, con la sutileza de un odontólogo con falso certificado. Recuerdo la cara de ella, con los ojos bien abiertos de incredulidad ante semejante acto de barbarie. Más o menos el diálogo que siguió a dicho acto fue el siguiente:

Indigo: Perdón (cara ruborizada)
Galana Barrio Norte: Todo bien…
I: Pasa que me pongo nervioso en los restaurantes.
GBN: ¿De en serio?
I: Si, pasa que hago mucho bochinche cuando como, me acuerdo una vez que…


Y hete aquí el comienzo del epítome de la noche. Mientras hablaba, me encontraba entablando una lucha encarnizada para cortar la milanesa con un cuchillo que apenas tenía filo. La cosa ya se tornaba un asunto personal: era ella, o yo. No me refiero a la chica. Yo le estaba hablando a mi milanga, y la cosa iba en serio.

Fue allí cuando la milanesa voló hacia el piso, con la misma gracia y efecto que el pescado de tres ojos que escupió el señor Burns en ese capítulo inolvidable de la Primera Temporada de los Simpsons. Milanesa en el piso. ¿Que iba a hacer? Dejarla allí? JAMAS! A levantarla. Por lo menos me rescaté y no la levanté con la mano. Fue una finura de la cual sigo estando orgulloso: como jugando a los palitos chinos intenté levantarla con tenedor y cuchillo. Lo logré! Soy un dandy.

En ese momento giré para ver la cara de mi compañera, roja de vergüenza frente a tamaño salvajismo de pibe provinciano. Cuando las cosas no podían salir peor, mientras levantaba mi cena del piso mi codo izquierdo pegó con una precisión envidiable al vaso lleno de Coca-Cola. Conclusión: Mesa empapada y hecha un pegote.

Ahí es cuando utilicé mi arma secreta: hacerme el boludo. Que continúe la función! Mientras rezongaba al estilo “Pero, estos vasos que son tan finos” o “Que cuchillo de porquería” y luego de llamar al mozo al grito pelado de “Che, mozo!” para que limpie la mesa, intenté, en vano, remontar el barco que se hundía como el Titanic.

Pero el barco estaba hundido y no lo sacaba ni Jacques Cousteau. ¿Algo más? Si, la cuenta… $73. Yo tenía solo $30... y encima lo mío había salido $32. Así que no solo pude pagar la cena, sino que encima terminé pidiéndole $2 a ella, y de suerte que yo tenía $1,40 para el bondi de regreso a mi casa. “Bueno, otro día nos juntamos y te devuelvo la plata”, dije. Para qué! Cuestión que nunca más volví a verla ni a saber de ella. Al día siguiente me borró del msn y jamás me atendió el teléfono. Tragicómica es la vida del índigo!!!

No hay comentarios: